A medida que la sociedad ha progresado, se han experimentado cambios significativos en la forma en que se producen y consumen alimentos. En consonancia con las demandas de la vida moderna, donde la conveniencia se ha vuelto esencial, ha surgido un cambio paradigmático hacia el desarrollo de alimentos procesados y ultraprocesados. Este cambio no solo responde a la urgencia de facilitar la preparación y el consumo de alimentos en medio de agendas cada vez más ocupadas, sino que también refleja una compleja interacción entre las preferencias del consumidor y las innovaciones en la industria alimentaria.
Según el Consejo Europeo de Información sobre la Alimentación (EUFIC), los alimentos procesados como su nombre lo indica, experimenta transformaciones que incluyen métodos como lavado, corte, pasteurización, congelación, fermentación y envasado, entre otros. Estas modificaciones buscan mejorar la biodisponibilidad de nutrientes. Un ejemplo de ello es el procesamiento de legumbres y frutos secos, donde la eliminación del ácido fítico de la capa externa facilita la absorción de minerales como calcio, magnesio, hierro y zinc por el organismo. Por otro lado, los alimentos ultraprocesados han sido sometidos a múltiples procesos industriales, en donde se les añade aditivos alimentarios, con el objetivo de prolongar su vida útil, mejorar sabor y textura, mantener color y apariencia y facilitar la producción a gran escala.
La transformación de alimentos tiene otros impactos beneficiosos. Permite adaptarse a las necesidades específicas de los consumidores, como las dietas sin gluten o sin lactosa. También garantiza la seguridad alimentaria, posibilita la fortificación y enriquecimiento de vitaminas y minerales, como en el caso de la harina, y contribuye a preservar la calidad nutricional. Un aspecto crucial es la reducción del desperdicio de alimentos, optimizando su durabilidad y aprovechamiento a lo largo de la cadena alimentaria. Asimismo, las etiquetas en productos procesados y ultraprocesados brindan información esencial al consumidor, detallando ingredientes, origen, participación en comercio justo, responsabilidad empresarial y datos sobre las comunidades productoras. Esta transparencia capacita a los consumidores para tomar decisiones alineadas con sus valores y preferencias, fortaleciendo así prácticas comerciales éticas y sostenibles.
Sin embargo, este progreso no está exento de debates y preocupaciones. La proliferación de alimentos procesados y ultraprocesados ha llevado a inquietudes sobre su impacto en la salud. En este contexto, es imperativo fomentar la educación alimentaria y promover elecciones conscientes para garantizar que, a medida que avanzamos, también lo hagamos hacia hábitos alimenticios que fomenten la salud y el bienestar general. La reflexión sobre la relación entre el progreso social y la alimentación es esencial para orientar la evolución futura de nuestras prácticas alimentarias de manera sostenible y equilibrada.